Por Oswaldo Rivasplata
“Llegar a la selección se ha vulgarizado y ya cualquiera juega allí” exclamaba Juan Carlos Oblitas, y me acuerdo clarito. “La agenda la tiene que hacer el entrenador, no la prensa de espectáculos”, repetía y fustigaba a jugadores que no demostraban compromiso o un seleccionador que no disciplinaba. Han pasado algunos años y uno se pregunta dónde quedo esa consigna que se le olvidó, quizás, al son de los tambores de las conquistas efímeras. O será que convertirse en dirigente o compartir carpeta con los Oviedo o Lozanos lo volvió ciego de verdad o mudo también.
Sólo así podría entender tamaña afrenta: darle la camiseta de nuestra selección a alguien que hace casi un año no tiene equipo y, lo peor, mantiene un comportamiento lamentable. Uno que se dice ser “pendejo” por escaparse de las concentraciones, pechar a sus compañeros o entrenar ebrio y contárselo a todo el mundo a través de programas de streaming. El que hace poco nomás, mientras entrenaba como “invitado”, fue descubierto por un programa de espectáculos en plena madrugada metiéndose a una discoteca. Mal Oblitas y también el DT Jorge Fossati. Por gritarle a los que respetan su profesión que son unos idiotas: que el mal comportamiento, la inactividad y el desacato premian.
“Que chucha, pe. Si ahorita hago un gol o doy un buen pase y la prensa me aplaudirá, la gente me alabará y volveré a ser el ídolo de siempre”, dirá, probablemente, el Cuevita, mientras pelotea pensando en el próximo partido de la selección más veterana de la Copa América 2024 y, quizás, planea su próxima encerrona.