Por César Sánchez Lucero
Escritor y gestor cultural
Arturo Fernández, el exalcalde de Trujillo que se hace el loco y sigue prófugo de la justicia (igual que su hermano Valentín, exalcalde de Nuevo Chimbote), a fines de diciembre de 2023 cerró Real Plaza y diciendo que «era una bomba de tiempo».
Sin embargo, una semana después le dio el visto bueno y este siguió funcionando hasta el último viernes a las 8:40 p. m., que se desplomó el techo asesinando —hasta el momento— a ocho personas (entre ellas, a una familia entera).
Si este centro comercial no «ofrecía garantías» como decía el creador del Huaco Erótico de Moche, ¿por qué no lo cerró definitivamente y permitió que se reabriera? Con su venia, Real Plaza continuó siendo una bomba de tiempo que finalmente estalló (aunque desde la clandestinidad siga vociferando lo contrario).
En este país tienen que morir inocentes como si fueran mártires asesinados por la ineptitud y la corrupción en las instituciones públicas y privadas (que matan más que Los Pulpos y La Jauría juntos), para que las cosas cambien y las «autoridades» estatales y empresariales sean investigadas, juzgadas y condenadas (como esperamos que ocurra con los responsables penales de Real Plaza y de la municipalidad).
Los males de Trujillo son los males del Perú: la extorsión y el sicariato, la imbecilidad política, la ambición empresarial, etcétera, y son solo el resultado de tener a fujimoristas, acuñistas y lópezaliaguistas, principalmente, en toda la estructura pública y privada del país, comportándose como lo que son: —en su mayoría— ineptos e inescrupolosos (cuando no corruptos). La ambición y el resentimiento social los hace y el neoliberalismo fascista los junta.