Por José Carlos Orrillo
Fotógrafo/artista visual/docente universitario
En pocos meses se cumplirán tres años desde que denunciamos la destrucción de La Máquina de Arcilla, la emblemática obra de Emilio Rodríguez-Larraín que fue levantada en 1987 en la playa de Huanchaco, como parte de la 3era Bienal de Arte Contemporáneo de Trujillo. Esta escultura monumental, considerada por Gustavo Buntinx como una de las obras referentes del land art latinoamericano, había resistido décadas de abandono, estaba vandalizada con grafittis y era usada como letrina y basural, pero aún se mantenía en pie, como un testimonio enigmático del poder evocativo del arte, futurista y ancestral a la vez. Hasta que alguien -posiblemente el invasor de los terrenos aledaños- contrató maquinaria pesada para reducirla a escombros y ampliar así sus linderos. El atentado permanece hasta hoy en la impunidad y de ello es también responsable la inacción cómplice de las autoridades.
Lo que sucedió con La Máquina de Arcilla representa con precisión el “valor” que tienen el arte y la cultura para políticos, empresarios y la sociedad peruana en general. Su destrucción impune es el símbolo exacto de una crisis cultural generalizada, el síntoma inequívoco de un país que se hunde cada vez más en la inercia y apatía, donde la identidad y la memoria se han desdibujado hasta el punto que la obra y el legado de nuestros grandes artistas no sólo se desconoce, sino que ha perdido ya todo sentido y trascendencia social (1).
En ese sentido, la exposición que se ha inaugurado el pasado viernes 22 de noviembre de 2024 en la Casa de la Identidad, poco tiene que ver con la Bienal histórica para la cual Emilio Rodríguez Larraín levantó su magnífica obra. Si este evento fuera realmente la “4ta Bienal de Arte de Trujillo”, como se viene presentando, entonces, por un mínimo de coherencia, el día de la inauguración debería haberse realizado un ACTO PÚBLICO DE DESAGRAVIO por la destrucción de La Máquina de Arcilla, por parte de los organizadores y las autoridades presentes. Es más, todo el evento podría y debería haberse dedicado a este artista y a su obra destruida. Específicamente, la vergonzosa omisión de cualquier referencia o reflexión sobre el atentado en el “texto curatorial” del catálogo, como si la obra no hubiera existido, como si Emilio Rodríguez Larraín fuera un artista menor y la destrucción de su escultura una simple anécdota para el olvido, ofrece una idea de la absoluta desconexión de este evento con las Bienales históricas que se desarrollaron en Trujillo hace ya más de 30 años.
Sin embargo, lo dicho no resta mérito al esfuerzo (loable sin duda) por ofrecer al público trujillano una gran muestra de arte latinoamericano, mayormente pictórico, de la cual la crítica especializada podrá ponderar en su momento lo más valioso y representativo (mencionando también, seguramente, la ausencia casi absoluta de artistas contemporáneos trujillanos -exceptuando el círculo endogámico de los pintores de siempre). Lamentablemente, en medio de las buenas intenciones y la pirotecnia, se ha desperdiciado una oportunidad histórica para honrar la memoria de Emilio Rodríguez Larraín y su aporte fundamental a la 3era Bienal de Arte Contemporáneo de Trujillo, mientras los escombros de La Máquina de Arcilla continúan muriendo en el olvido frente al mar de Huanchaco.
Foto: Réquiem por la Máquina de Arcilla
José Carlos Orrillo, 2023
(1) Al respecto, léase el texto de Gustavo Buntinx “GEOMANCIAS. Sobre La máquina de arcilla de Emilio Rodríguez Larraín” https://micromuseo.org.pe/pieza…/la-maquina-de-arcilla/