LOS EFECTOS DE CONVIVIR CON LA CORRUPCIÓN

Por Eddie Cóndor Chuquiruna

La corrupción está echando a perder a nuestra sociedad. Ese es su principal efecto. Sus promotores están trabajando con perspectiva de largo plazo. Nos están acostumbrando a no reaccionar contra ella y más bien a aplaudirla.

Cada vez son menos los que se indignan contra ese flagelo, pese a que sus acciones depravan y pervierten. Han convertido a la estafa en “gestión con resultados” el secretismo en “gobierno transparente” y la depredación fiscal en motivo todo tipo de farras con recursos públicos.

El Índice de Percepción de la Corrupción, estudio especializado anual que genera Transparencia Internacional, da cuenta de que ya no reaccionamos como antes ante este cáncer social de tan nefastas consecuencias en los derechos humanos de miles de millones de personas en el mundo.

Están ganando los corruptos. La resignación campea y prefieren agachar la cabeza. Los recursos de manipulación que usan son diversos y hasta alcanzan a deportes como el fútbol. También algunas religiones son puestas a su servicio. Por eso hay condescendencia y tolerancia a sus formas y cómplices. Progresivamente están controlando instituciones.

Está ocurriendo en las urbes y el campo. Mientras más lejanos los pueblos de las capitales o ciudades predominantes, mayor es la corrupción. La impunidad que existe la alienta y facilita en su crecimiento.

Por eso, las parientes de este tiempo de la corrupción, la arbitrariedad, el clientelismo político, las malversaciones sin castigo, los abusos de poder y los fraudes, que la mayoría de las veces se hacen humo en su proceso de investigación y juzgamiento, nos mantiene en el círculo vicioso de tener a sus perpetradores dándonos clases de ética pública.

Se está imponiendo la cultura de la corrupción. No hay códigos éticos que los frenen, los han demolido a todos, y los están reemplazando por el anestesiamiento del circo que ofrecen.

En casi todos los distritos y las provincias del Perú, anoto el caso de San Miguel (Cajamarca), no sólo han controlado a las Subprefecturas, la Policía, las directivas de las Rondas Campesinas, si no que hasta los clubes deportivos los tienen a su mando. Los han dominado hasta generar resistencia cero a la corrupción.

Por eso, y está ocurriendo con la mayoría de políticos en el mundo, hoy en día un modo más efectivo de acumular dinero es buscando ser elegido para alguna función de Estado. Ya no hay vocación de servir a la sociedad, Sólo importa, aunque sea de manera deshonesta, enriquecerse en forma rápida y asegurar a sus familias por generaciones. Algunos le llaman, a esto, tener éxito.

Ojo que las modalidades de corrupción siguen multiplicándose y los derechos penal y procesal penal siguen demostrando ineficacia e ineficiencia. En ese sentido esta aproximación es general. Sería interesante un análisis de las complicidades normativas, fácticas e institucionales. En ese estudio, la relación entre los poderes económico y político, puede aportar hallazgos interesantes a preguntas ¿Cómo frenar este flagelo? ¿Aún estamos a tiempo? ¿Qué papel nos corresponde como individuos y sociedad? ¿Es un asunto de quiénes?

Queda claro que sin compromiso social por la transparencia de los actos de la Función Pública, a través de sus servidores, no es posible frenar y vencer a la corrupción. Callar y no denunciar, es lo peor que se puede hacer, cuando hay vicios y sospechas de corrupción. Alentar la condena social, sin importar si terminamos de acusados por los corruptos, resulta inevitable.

No estamos bien, tampoco lo estuvimos antes, pero podemos estar mejor si comprendemos que la corrupción está matando más personas que todas las pandemias juntas, aquellas que han azotado hasta ahora a la humanidad.

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